Cuando abrió los ojos y se estrelló su mirada
en el techo de la habitación, por unos pocos segundos no supo dónde estaba.
Un ligero movimiento del cuerpo a su lado y el
sonido de una respiración profunda, la trajo a la realidad. Ya consciente de
dónde y con quién estaba, volvió a mirar el cuerpo a su lado y sin querer lo
comparó. Tampoco es que se veía mucho, sin embargo, la forma bajo las sábanas
de esa habitación de hotel, era diferente desde su sola sombra.
Sin saber exactamente qué hacer, su cuerpo
instintivamente busco abrazar al otro, pero al leve roce y cercanía de lo
desconocido, se detuvo en seco y erizó.
Ella ya sabía lo que le pasaba. Varios años
atrás, había estado en una habitación desconocida y oscura, mientras se
adentraba, preguntó al hombre que le acompaña si había escalones, él dijo que
no y aunque confiaba en él, en un momento en la oscuridad cuando sintió lo
desconocido se detuvo bruscamente y paralizada imaginó que en el siguiente paso
caería en pozo profundo y eterno.
Reconociendo la sensación que iba creciendo,
decidió levantarse. Torpemente buscó sus bragas en el piso, sintió el aire del
ventilador en sus pezones y se erizaron y con la primera camiseta que encontró,
se cubrió. Caminó en puntillas al baño, cerró la puerta tras ella y con la
comodidad que da la privacidad, se sentó en el váter. La cascada de amoníaco y
sales, rompió con el silencio.
Miró sus bragas en los tobillos y pensó que la
regla ya se había retardado varios días, no se preocupó. Sabía que los viajes,
los cambios horarios y ciertas emociones alteraban su ciclo. Agradeció no tener
de qué preocuparse, aunque el fondo, un poquito, extrañó la incertidumbre.
El aleteo de una paloma en el alfeizar de la
ventana le sacó del letargo y recordó súbitamente que un cuerpo le esperaba a
menos de cinco metros de distancia. Necesitaba un poco más de tiempo para
pensar que hacer. Tal vez un poco de agua.
Puso en marcha la ducha y mientras se
calentaba se aseguró que había el puesto el cerrojo en la puerta. No habría
sabido qué hacer si ese cuerpo que creía dormido se presentaba y la veía
desnuda ¿tendría pudor? Se sintió un poco tonta, con casi 30 años y varios
cuerpos encima. Seguidamente pensó que el pudor no es cuestión de edad sino de
confianza.
El agua se iba y pensó que sonaba demasiado
fuerte, se miró al espejo, ya desnuda y mientras veía una que otra cana que
asomaba entre su pelo negro, vio sus ojeras y sonrió. Recordó que al cuerpo
conocido le gustaban sus ojeras, la manera cómo las tocaba por las mañanas o
como despertaba a besos sus ojos.
Se dio cuenta que había pasado algún tiempo,
porque de repente toda la habitación estaba llena de vapor. Bajo la ducha y
mientras el agua caía sobre su cuerpo, sonrió ligeramente mientras veía por la
ventana los tejados de Praga.
Nuevamente se distrajo en historias que creaba,
sin embargo, cuando el agua y sus dedos llegaron a la entrepierna, recordó que
había un cuerpo que la esperaba. Por un momento deseó poder escapar por la
ventana, irse volando para no enfrentar a ese calor desconocido que le esperaba,
pero sabía que no era posible y que debía volver a esa habitación que
seguramente ya estaría iluminada por un sol de primavera. Salió de la ducha y
sintió que medio desnuda o medio vestida debía volver a enfrentarse con ese
cuerpo.
Se puso la camiseta y no reconoció el olor,
sin embargo, por un segundo que pareció eterno su nariz le llevó al otro cuerpo
que había dejado a 10.000 kilómetros distancia pero que desde hace mucho estaba
más lejano.
Por un momento recordó el olor de ese cuerpo
perdido en una tarde de Quito, cuando unos dedos de diferentes dueños se
empezaron a conocer. En un segundo recordó ver a ese a cuerpo exhausto, desnudo
y perfecto bajo las sombras del “luzco e fusco”. Su cuerpo se movió por dentro
y sintió la urgencia del otro cuerpo ya perdido en el tiempo y la distancia y
por primera vez desde que eso había pasado no tuvo ganas de llorar.
Con la primera toalla que encontró secó su
pelo lo mejor que pudo, se miró nuevamente al espejo y tomando valor con un
respiro profundo, salió del baño.
El otro cuerpo ya despierto se giró, unos ojos
la descubrieron con inusitada alegría y un “buenos días” con ligero acento
inglés la obligó a sonreír. Su cuerpo parado sobre la alfombra se preguntó cómo
se acomodaría su culo a la nueva pelvis, cómo su pelo no se rebelaría y
asfixiaría esa nueva nariz. El cuerpo empezó temer no encontrar el camino a la
cresta iliaca y sus dedos se sintieron tristes al saber que no descubrirían
pelusas en el nuevo ombligo. Los brazos temieron no encontrar esa espalda
conocida para aferrarse y las piernas dudaban de las nuevas piernas para
enredarse. Los pezones reclamaron su turno y asustados se preguntaron si
pasarían frío, si esa nueva boca les destrozaría y si esas manos no serían suficientes.
Le devolvió el saludo al cuerpo nuevo que le
esperaba y pensó que, aunque en cuatro días no se memoriza un cuerpo, por lo
menos se empieza a olvidar a otro. Se quitó las bragas y la camiseta y casi
rezando se metió en el otro cuerpo, deseando olvidar.