jueves, 26 de abril de 2018

La memoria del cuerpo

Cuando abrió los ojos y se estrelló su mirada en el techo de la habitación, por unos pocos segundos no supo dónde estaba. 

Un ligero movimiento del cuerpo a su lado y el sonido de una respiración profunda, la trajo a la realidad. Ya consciente de dónde y con quién estaba, volvió a mirar el cuerpo a su lado y sin querer lo comparó. Tampoco es que se veía mucho, sin embargo, la forma bajo las sábanas de esa habitación de hotel, era diferente desde su sola sombra. 

Sin saber exactamente qué hacer, su cuerpo instintivamente busco abrazar al otro, pero al leve roce y cercanía de lo desconocido, se detuvo en seco y erizó. 

Ella ya sabía lo que le pasaba. Varios años atrás, había estado en una habitación desconocida y oscura, mientras se adentraba, preguntó al hombre que le acompaña si había escalones, él dijo que no y aunque confiaba en él, en un momento en la oscuridad cuando sintió lo desconocido se detuvo bruscamente y paralizada imaginó que en el siguiente paso caería en pozo profundo y eterno. 

Reconociendo la sensación que iba creciendo, decidió levantarse. Torpemente buscó sus bragas en el piso, sintió el aire del ventilador en sus pezones y se erizaron y con la primera camiseta que encontró, se cubrió. Caminó en puntillas al baño, cerró la puerta tras ella y con la comodidad que da la privacidad, se sentó en el váter. La cascada de amoníaco y sales, rompió con el silencio. 

Miró sus bragas en los tobillos y pensó que la regla ya se había retardado varios días, no se preocupó. Sabía que los viajes, los cambios horarios y ciertas emociones alteraban su ciclo. Agradeció no tener de qué preocuparse, aunque el fondo, un poquito, extrañó la incertidumbre. 

El aleteo de una paloma en el alfeizar de la ventana le sacó del letargo y recordó súbitamente que un cuerpo le esperaba a menos de cinco metros de distancia. Necesitaba un poco más de tiempo para pensar que hacer. Tal vez un poco de agua. 

Puso en marcha la ducha y mientras se calentaba se aseguró que había el puesto el cerrojo en la puerta. No habría sabido qué hacer si ese cuerpo que creía dormido se presentaba y la veía desnuda ¿tendría pudor? Se sintió un poco tonta, con casi 30 años y varios cuerpos encima. Seguidamente pensó que el pudor no es cuestión de edad sino de confianza. 

El agua se iba y pensó que sonaba demasiado fuerte, se miró al espejo, ya desnuda y mientras veía una que otra cana que asomaba entre su pelo negro, vio sus ojeras y sonrió. Recordó que al cuerpo conocido le gustaban sus ojeras, la manera cómo las tocaba por las mañanas o como despertaba a besos sus ojos. 

Se dio cuenta que había pasado algún tiempo, porque de repente toda la habitación estaba llena de vapor. Bajo la ducha y mientras el agua caía sobre su cuerpo, sonrió ligeramente mientras veía por la ventana los tejados de Praga. 

Nuevamente se distrajo en historias que creaba, sin embargo, cuando el agua y sus dedos llegaron a la entrepierna, recordó que había un cuerpo que la esperaba. Por un momento deseó poder escapar por la ventana, irse volando para no enfrentar a ese calor desconocido que le esperaba, pero sabía que no era posible y que debía volver a esa habitación que seguramente ya estaría iluminada por un sol de primavera. Salió de la ducha y sintió que medio desnuda o medio vestida debía volver a enfrentarse con ese cuerpo.

Se puso la camiseta y no reconoció el olor, sin embargo, por un segundo que pareció eterno su nariz le llevó al otro cuerpo que había dejado a 10.000 kilómetros distancia pero que desde hace mucho estaba más lejano. 

Por un momento recordó el olor de ese cuerpo perdido en una tarde de Quito, cuando unos dedos de diferentes dueños se empezaron a conocer. En un segundo recordó ver a ese a cuerpo exhausto, desnudo y perfecto bajo las sombras del “luzco e fusco”. Su cuerpo se movió por dentro y sintió la urgencia del otro cuerpo ya perdido en el tiempo y la distancia y por primera vez desde que eso había pasado no tuvo ganas de llorar. 

Con la primera toalla que encontró secó su pelo lo mejor que pudo, se miró nuevamente al espejo y tomando valor con un respiro profundo, salió del baño.

El otro cuerpo ya despierto se giró, unos ojos la descubrieron con inusitada alegría y un “buenos días” con ligero acento inglés la obligó a sonreír. Su cuerpo parado sobre la alfombra se preguntó cómo se acomodaría su culo a la nueva pelvis, cómo su pelo no se rebelaría y asfixiaría esa nueva nariz. El cuerpo empezó temer no encontrar el camino a la cresta iliaca y sus dedos se sintieron tristes al saber que no descubrirían pelusas en el nuevo ombligo. Los brazos temieron no encontrar esa espalda conocida para aferrarse y las piernas dudaban de las nuevas piernas para enredarse. Los pezones reclamaron su turno y asustados se preguntaron si pasarían frío, si esa nueva boca les destrozaría y si esas manos no serían suficientes. 

Le devolvió el saludo al cuerpo nuevo que le esperaba y pensó que, aunque en cuatro días no se memoriza un cuerpo, por lo menos se empieza a olvidar a otro. Se quitó las bragas y la camiseta y casi rezando se metió en el otro cuerpo, deseando olvidar.

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