No nos han enseñado o no hemos aprendido a estar solos.
La pandemia y el confinamiento de repente nos han golpeado en algo que pensábamos (para la mayoría) está resuelto. El yo, conmigo.
Las redes sociales se plagan de mensajes de estoy aburrida, autofotos (selfies) y mensajes o rutinas para llenar el tiempo.
En una de mis clases aprendí sobre el ocio creativo, ese ocio que existe sin consumir y se disfruta en la soledad del ser. Ese ocio que hace escribir, pensar, ver, ver lo que tenemos alrededor; calles vacías, la huerta de un vecino, el techo. ¿Y para qué sirve eso? Pues para interiorizar y vernos a nosotros mismos.
¡Qué fácil es criticar al otro, encontrarle un defecto, una virtud!, ¡qué fácil es criticar al sistema o alabarlo por mera ignorancia o por comodidad! Qué difícil es hacerlo con uno, encontrar nuestros defectos, decirlos en voz alta, recordar los dolores no sanados y enfrentarlos de nuevo. Juan Carlos Monedero en una de sus obras lo menciona: evitamos tanto el dolor que en un momento nos volvemos indolentes y me permito añadir, indolentes incluso con nosotros mismo.
Las cosas del día a día nos distraen de nosotros mismos, así evitamos vernos al espejo para cuestionarnos, nos vemos al espejo solo para estar presentables para esos otros, que a veces ni sabemos quiénes son.
¡Cuánto ha logrado el capitalismo que las únicas formas que tenemos de existir se basan en el consumo! ¿si no fuera así, porque estamos tan agobiados porque las tiendas están cerradas? los bares están cerrados? ¿Es por la cerveza o por el compartir? Ese compartir que muchas veces son grupos de personas ensimismadas en su móvil. Creo que muy poca gente extraña el caminar solo por la calle, o sentarse en un parque a ver pájaros o solo disfrutar el césped. Creo que la mayoría están agobiados porque no puedes comprar instantes de compañía, instantes que se justifican con una cena o con una cerveza.
Me gustaría saber cuánta de la gente que está agobiada por el confinamiento extraña el disfrutar de su ciudad en soledad. No digo que todos los momentos sean así, pero en su mayoría creo que todos los instantes que se consideran “épicos” están basados en el consumo.
El último día que vi al chico con el que salgo, recuerdo mi soledad con un libro y de repente su presencia acompañada de un trago, una cerveza, lo que más recuerdo de ese día fue su compañía, la expectativa por verle, pero no lo que compré.
La soledad verdadera, digamos que la soledad sola, es como poner un freno a la vida, siendo mística, como un desdoblamiento necesario para detenernos y ver desde adentro que está haciendo ese yo que se manifiesta en el afuera y ver si en realidad lo que hago lo hago yo o es la televisión, las redes sociales, la familia, los amigos, que se manifiestan a través de mí. ¿Dónde queda el yo sino todo lo que hago es ser eco de los otros?
¿En realidad, cuando decimos que el agobio nos invade... qué nos está agobiando en realidad? ¿La necesidad de consumir (seres humanos o cosas) o nuestra propia incapacidad para estar con nosotros mismos?
A veces es necesario vernos, aunque sea en espejos empañados
Invitarnos a ir o a venir
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