Y recuerdas el
último beso,
ese, el de la mañana,
donde todo parecía que estaba bien.
Recuerdas las
piernas entrelazadas y las bromas sobre su barba
y sobre tus lunares.
Recuerdas el
cepillarte los dientes y sus manos buscando tus tetas frente al
espejo
su cara perdiéndose
en tu cuello y el sentir que ahí era donde debías estar.
Recuerdas abrazarle
por las noches y su calor aunque fuera invierno
y aunque todo haya
estado mal y haya terminado peor
recuerdas lo bueno.
Lo bonito de sus
pestañas negras y su nariz judía
de como esos ojos
verdes te veían y como te vieron el último día, con odio.
Recuerdas sus bromas
tontas para que te rieras cuando no querías
y también sus
bromas tontas que te herían cuando quería ser cabrón.
Porque si que lo
era, un cabrón con sus 6 letras y un cabrón en gallego,
también recuerdas
su boca tan presta a besarte y buscarte y también a callar
porque cuando quería
sabía como herirte, en silencio.
Las horas y horas de
viajes por carreteras donde solo tenías eso, silencio;
que dolía más que
un reproche, que pesaba más que una bofetada.
Y estaban ahí los
gemidos al hacer el amor pero también los portazos
y la condescendencia
barata que él quería decir que era amor.
Y bueno, recuerdas
que a él le importaba que las piedras estuviesen numeradas
que alzaras el
sillin de la bici y que no fumaras.
Y fumas y fumas, por
venganza y por despecho
porque sí que has
querido a alguien
porque sí que te
has enamorado
pero a nadie le
había importado, que hicieras voces tontas
que vieras formas en
las nubes
porque a nadie le
había importado que las piedras estuvieran numeradas.
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